viernes, 7 de septiembre de 2007

REVELACIONES

Entre las letras y la filosofía
Por: Prensa Libre

Cuando entré por los años 50 a la Facultad de Humanidades de la Usac no sabía por cuál carrera decidirme: Letras o Filosofía. Por ambas sentía gran atracción. Inclinada por mi amor a la poesía, había logrado se me publicara Poemas pequeños. Lo cual no significó abandonar la filosofía.

Además de leer mucha poesía, me apasionaban los diálogos de Platón, tan sencillos y profundos al mismo tiempo. Eso me inducía a escribir mis pensamientos en un cuaderno que sabía que sólo yo iba a leer, porque, aunque entrelazadas, una cosa es la poesía y otra la filosofía. Aunque a veces confluyan, tienen lenguaje e intención diferentes.

Fue hasta 1980 que entré de lleno a la filosofía: en la Usac me contrataron para dar un curso sobre teatro griego. Como desde 1962 venía impartiendo literatura helena en la Universidad Landívar, dispuse darlo, pero bajo una nueva visión.

El nacimiento de la tragedia de Nietzsche era uno de los libros que había tratado de leer a los 35 años (cuando aún no me había sometido a la terapia psicoanalítica). A los 40 años, había sido necesario sufrir mucho y enfrentarme a un psiquiatra para curar mi alma enferma.

Por eso, en 1980 ya me conocía un poco; no sólo por la terapia, por la lectura de las obras de Freud. Esto, sin duda, me ayudó a penetrar la postura de Nietzsche ante la tragedia y ante la filosofía.

El autopsicoanálisis y mi propia terapia coincidieron, luego, para mi entendimiento de Nietzsche. Sólo entonces, El nacimiento de la tragedia se me reveló con claridad.

Nietzsche hablaba del mundo dionisíaco y del mundo apolíneo, claves indispensables para penetrar en la esencia del pueblo heleno. Lo dionísiaco estaría profundamente ligado al inconsciente y a las pasiones que nos arrastran “más allá del bien y del mal”.

Amores desbocados, odios, egoísmos exasperados. Lo apolíneo, en cambio, representaría nuestro lado racional, ese “yo” que pone freno a nuestra voracidad sin límites, sublimada en nuestros sueños.

Luego, la razón vendría a sublimar los instintos y a conducirnos a la ciencia, al arte y a la religión. En otras palabras, “lo dionisíaco”, impetuoso y “groseramente egoísta” –como diría Freud– se haría presente en la capacidad racional humana para sublimar amores y odios, inquietudes y angustias.

Ello, aplicado a la tragedia griega, dio como resultado que el onírico mundo apolíneo convirtiera lo horrible en sublime, lo irracional en racional, las espantosas verdades en arte supremo. De tal forma que “lo dionisíaco” y “lo apolíneo” dan origen, al unirse de manera armoniosa, a uno de los grandes milagros de la humanidad: la tragedia griega. Algo que ningún helenista erudito había notado.

En 1982 apareció mi primer trabajo que apuntaría a la disciplina filosófica: Nietzsche y la tragedia, (Separata de la revista de la Usac).

A partir de entonces, empecé a estudiar a los más grandes filósofos clásicos. Estaba gestando Antropos (la nueva filosofía), cuando recibí, en el mes de septiembre de ese año, una de las invitaciones más añoradas por los escritores del mundo: asistir a la Universidad de Iowa para formar parte del International Writing program.

Mi principal labor en dicho programa fue terminar Antropos y, desde Iowa, enviarlo a Barcelona, para concursar en el XI Premio Anagrama de Ensayo. Para mi asombro, quedó en el tercer puesto como finalista.


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